porque la vida es como te la hacen

viernes, 21 de agosto de 2009

Metáforas

Estoy convencido de que si en la Casa Rosada, en vez de Cristina estuviese, no sé, pongámosle, Maru Botana, mucha gente no se daría cuenta.

Maru es el tipo de boluda alegre con hormigas en el culo que todo el mundo adora. Si Maru en su programa dijera: “¡Eh, no me picaneen con las tandas, ya termino!” o “Si te portás mal, nene, te hago un submarino seco”, sería excusable por boluda, es decir: todo el mundo coincidiría en culpar más a su falta de ubicación y realidad que a un acto de maldad deliberado. Me arriesgo incluso a decir que muchos la perdonarían diciendo que no tiene ni idea de qué está hablando. Pobre Maru, es diviiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiina, pero un poco tonta.



¡¡¡Vamos a redistribuir esta torta con mucho valor agregado entre los compañeros y compañeras del piso que menos tienen!!!

Cristina es parecida, pero al mismo tiempo distinta. Mientras Maru Botana es consciente de sus limitaciones y no intenta ocultarlas (tampoco es que sea una idiota, aclaro), Cristina realmente cree que tiene una capacidad de análisis y reflexión muy por encima del promedio. Es esa jactancia la que la convierte en un blanco constante del ridículo. No refleja la inocencia o ingenuidad de aquella desde el momento en que aparentemente podemos afirmar que sabe de qué está hablando. Cuando Cristina dice que no quiere “una sociedad donde desaparezcan ni personas ni goles”, está convencida de haber dado con una analogía excelente, de estar reafirmando su pacto con la izquierda y los Derechos Humanos a través de un giro brillante, desconcertante. Quiere decir: "Tan presente los tengo, que hasta los nombro acá, entre Grondona y Maradona". Ni se le ocurre imaginar que desaparecidos y goles son dos categorías que nada tienen que ver entre sí, y por lo tanto escandalosas para equiparar en una misma frase; tampoco sabe que con esa frase está bordeando no sólo el papelón político, sino obligando a sus circunstanciales aliados que dicen defender estos temas a la incómoda posición de tener que respaldarla por omisión o condenarla abiertamente. De todas formas, a esta altura la izquierda kirchnerista (este es otro oxímoron de los Kirchner) debe ya estar al tanto de la imprevisibilidad intelectual de Cristina, y por lo tanto debe tener algún plan de contingencia para sortear estos golpes bajos que de muy buena fe, sin maldad y con alegre convicción les tira Cristina cada tanto. El plan esta vez, imagino, será no decir nada.

Todo esto recuerda quizás al papelón metafórico más importante de la era Cristina: la del efecto jazz, cuando creyendo que iba a entrar apoteósicamente en los manuales de ciencia política y los libros de historia, la ocurrencia generó únicamente una mofa bastante uniforme a nivel local, y nada más. Por suerte.

También hay que recordar “la burbuja que se derrumba”, todo un desafío al mundo de la física, la de los “generales mediáticos”, el “bueno, ustedes algo sabrán de revolución” entre risitas y ante la mirada desorientada de los rusos en la tierra del gulag y el estalinismo, o el más reciente “fusilamiento mediático”, que es un eufemismo bastante brutal y torpe para una simple y desconocida palabra: disenso.

Me parece que resistirse ante la evidencia ya no tiene sentido. Cristina Kirchner es lo que es y lo demuestra cada vez que puede, cada vez que habla y en cada cosa que hace. No me corresponde a mí decir en voz alta y con todas las letras lo que todo el mundo a esta altura ya sabe.

Que cada uno saque sus conclusiones.

Cristina hace un silencio táctico antes de tirar su próxima y brillante analogía: No voy a permitir que ciertos monopolios mediáticos torturen a la Patria, la suban drogada a un avión y la arrojen viva al fondo del Río de la Plata.

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